La señora pasa por la sala donde consorte e hijo miran por TV un ordinario partido de esos que auguran un 0 a 0 carente de emociones. Pese a ello, están absortos en el distracción. Y aprovecha para deslizar: “¡Qué aburridos! ¿Cómo pueden perder dos horas mirando eso…?”
Ellas tienen su parte de razón: hay cierto masoquismo en nuestras almas futboleras y una tolerancia al tedio incomprensible para otros. Hasta del peor partido del fútbol italiano esperamos el portento de la infamia sublime, el gol inolvidable, la salvada angustiosa, el cabezazo matador.
Somos peregrinos de una fe irrenunciable: la de la pelota.
Podemos acaecer diez abriles de partidos malos y soportarlo. Nos inspira el espíritu del garimpeiro, que malvive abriles escarbando las entrañas del Amazonas buscando la veta de oro que lo justifique todo, que reivindique su miseria, su obstinación. Somos garimpeiros del fútbol.
Atravesamos copas, cruzamos torneos, penetramos Eliminatorias, escalamos Mundiales, casi perecemos en supercopas, en ligas holandesas o belgas, sobrevivimos a días, semanas, meses de hastío futbolero, todo por descubrir un filón que nos haga felices. De pronto advertimos un brillo bajo la capa de pústula. Lavamos la piedra con ansiedad y aparece el Benfica 4 – Barcelona 5 del martes, el hierro por el que esperamos tanto, la maravilla que compensa tanta ilusión.
Había que nominar, estábamos entre Liverpool-Lille, Deportivo de Madrid-Bayer Leverkusen y Benfica-Barcelona. Era como tirar la moneda y optamos por el final.
Raphinha, un quimérico gol tras una bono dramática
Por los catalanes. En Champions, Barcelona puede ser Todopoderoso o el demonio. O perca o lo bailan, golea o lo remachan. Pero cuando el Barça juega correctamente nos reconcilia con el fútbol. Es poco dispar, por su afición ataque, su compromiso estético, su indeclinable obsesión por corretear correctamente. Por eso le seguimos apostando. Y acertamos.
No es que haya sido un espectáculo extraño, sí cumplió con los preceptos para calificarlo de emocionante, que eso es el fútbol: emoción. Fue tembloroso, tuvo 9 goles, hubo remontada, rarezas, tres penales, triunfo en el minuto 96 y con un gol quimérico de Raphinha tras una bono dramática… Una copia persistente durante todo el distracción le dio cierto medio épico al desenlace.
Primero: con la conquista, Barcelona clasificó automáticamente a octavos de final, aún faltando una época. Esto lo exime de corretear los dos partidos del repechaje, nueva instancia de esta remozada Agrupación de Campeones de Europa. Benfica, en cambio, la tiene difícil: va en la última a Turín contra la Juventus, si pierde puede acordar fuera.
No obstante, los portugueses se hacen menos problema que otros si no ganan pues su maniquí de mandato pasa por descubrir talentos jóvenes de otros países, darles formación europea y luego venderlos diez veces más caros de lo pagado. Eso hacen los tres grandes, Benfica, Porto y Sporting de Lisboa.
Lógicamente, persiguen la celebridad deportiva si se puede en el interior de lo que es su estilo de negocio: traicionar jugadores. Y técnicos. Por dejar ir a Ruben Amorim, el Sporting le cobró 10 millones de euros al Manchester United. Nadie maneja el mercado como los portugueses, que tienen montada la estructura más lucrativa del mundo.
¿Fue una maravilla el equipo de Hansi Flick…? Para ausencia. Al punto que dejó preocupados a los periodistas de Cataluña. “Fue un partido loco, loco, loco… Pasaron (los jugadores del Barcelona) de cometer demasiados errores individuales y mostrar una preocupante falta de concentración a exponer una excelente actitud en los últimos minutos del encuentro”, analizó Joan Vehils, director del diario deportivo Sport, de la ciudad de Gaudí. Y Thierry Henry, exdelantero azulgrana y hoy comentarista de Sky Sports, fue abreviado: “Si yo fuera Flick, no estaría muy feliz (aún ganando)”.
Es que, ya a los 30 minutos, Benfica vencía 3-1 con triplete del heleno Vangelis Pavlidis, un 9 oportuno y buen finalizador que hizo su carrera en Alemania y Holanda. Los fallos defensivos barcelonistas eran propios de amateurs. Dejaban enormes espacios a espaldas y las desinteligencias entre defensores las pagaban a precio vil.
En el segundo gol, delante un pase en profundidad, Balde llegó al balón sin problemas, pero el cancerbero Szczęsny salió atolondradamente y atropelló a su propio compañero; resultado, la patraña le quedó a Pavlidis y este la empujó con el curva infructifero. Luego, Ronald Araujo marcaría un gol en contra, con lo cual se puso 4-2 en lo alto el cuadro lisboeta. El Barça defendía como un cuadro de suburbio y se pensó en una goleada catastrófica (de las muchas que ha sufrido en Champions por el mismo motivo).
No obstante, seguía tozudamente su búsqueda ataque. A los 78’ descontó Lewandowski con un segundo penal (ya había convertido uno): 4-3. Así se llegó al minuto 86, en que un precioso centro de Pedri le permitió a Eric García trasponerse a placer y romper el 4 a 4.
Entablar ya era un portento para lo mal que había defendido el equipo culé, pero habría más. Al encaminarse al 96’, una infamia de parada aventura en el campo de acción del Barça, todo Benfica reclamó penal a Barreiro, el árbitro dijo siga siga, pelotazo dilatado para Raphinha, quien con velocidad y crimen fría dominó, hizo acaecer de dilatado a Carreras y definió a lo crack. Insólito, increíble, impresionante 5 a 4.
A colación: Raphinha flota en una abundancia de fortuna, lleva 30 partidos, 22 goles y 10 asistencias en lo que va de temporada. Y errata mucho. “Estoy en el mejor momento de mi carrera”, reconoció. Antaño del botellín había impresionado otro, curiosísimo, de habitante. Son números de Balón de Oro, pero le vemos pocas chances frente a cualquier deportista del Vivo Madrid. Raphinha es de perfil bajo, no es mediático ni tiene todo un club y su prensa impulsándolo.
Lo mismo que Salah, que volvió a convertir delante el Lille un tanto espectacular. El egipcio reúne 23 goles y 17 asistencias en 32 juegos, una animalada. A excepción de, el Liverpool es puntero en Inglaterra y en Europa. Pero deberá hacer el doble o el triple que Bellingham, Vinicius o Mbappé si quiere tener alguna posibilidad.
Veinticuatro horas a posteriori nos tocó otro billete de quiniela premiado: Paris Saint Germain, que caía en su casa 2-0 con el City de Guardiola hasta renovador el segundo tiempo, además remontó: 4 a 2 con una diligencia de riqueza de Bradley Barcola (se pronuncia Barcolá), un señorita pletórico de tacto y velocidad que llegó para reemplazar a Mbappé.
El fútbol se reinventa siempre y ofrece platos como estos. Ha sobrevivido al pesimismo, a las críticas, a los árbitros (una auténtica proeza), a los técnicos especuladores, a los exjugadores resentidos, a los periodistas quejosos y a varias plagas más. Una lucha titánica y desigual, pero, aún así, ha vencido: es el deporte privilegiado del mundo.
Ramón Martínez, director de fútbol del Vivo Madrid, nos decía hace unos abriles: “Sucede algo notable, esta noche jugamos frente al Athletic de Bilbao, un partido común de campeonato, en día jueves y a la diez de la noche, muy tarde; se televisa en directo a toda España y sin embargo no queda una sola entrada. Pero es que no hay ni para comprar ni de cortesía ni de ninguna otra clase. Nadie en el club tiene una, ni el presidente”.
Las 78.000 plazas del Bernabéu agotadas. En la cuarta época de la Agrupación. ¡Y el Madrid venía de tres derrotas consecutivas…! Somos millones de peregrinos. Por episodios como Benfica 4 – Barcelona 5 y PSG 4 – Manchester City 2.
Jorge Barraza
Para EL TIEMPO
@JorgeBarrazaOK