Juan Mauricio Soler Hernández es otro: camina lento, piensa mucho para hablar, su memoria no es la mejor, para él es difícil recordar episodios de su vida.
No es el veloz y fuerte ciclista que pegaba los arrancones en los premios de montaña más importantes de Europa para desbaratar el lote e ir en busca de la victoria, esas que no volvieron, que se quedaron atrás, las que no puede celebrar más, las que para poder recordar debe recurrir al video, todo por un brutal accidente que lo tuvo al borde de la muerte.
Menos mal que no se acuerda de ese 16 de junio de 2011, el día que su vida cambió, cuando no pudo esquivar un desnivel en la vía recién asfaltada y la rueda delantera chocó, la bicicleta se levantó y Soler fue a parar contra un muro. Su espalda se estrelló fuerte, el cuerpo del ciclista del Movistar cayó en el duro cementó del andén y la sangre comenzó a emanar de su cabeza.
El técnico, José Luis Saimerena, lo auxilió; el estado del corredor era grave, no reaccionó, llegó la asistencia médica, lo subieron en una ambulancia y se determinó trasladarlo al hospital más cercano. La organización de la Vuelta a Suiza llamó un helicóptero, subieron a Mauricio en la camilla, iba mal, casi que sin sentido, inconsciente.
Llegó al hospital del ST. Gallen y, de una vez, a cuidados intensivos. Ese día terminó la vida ciclística de Soler y comenzó otro duro recorrido, una lucha día a día por superar los problemas físicos y mentales.
Cuatro días antes del accidente, Juan Mauricio ganó la etapa entre Airolo y Crans-Montana, de 147 km. Llegó a esa sexta fracción como segundo en la general, escoltaba al italiano Damiano Cunego, pero la ilusión de convertirse en un potencial ganador de la carrera quedó en el kilómetro 33 de la jornada entre Tobel-Tägerschen y Triesenberg-Malbun, sitio en el que murieron los sueños del muchacho que nació el 14 de enero de 1983 en Ramiriquí (Boyacá).
Soler Hernández tuvo trauma craneoencefálico severo, fractura compuesta de clavícula y escápula, de siete costillas, de la base del cráneo del lado izquierdo, tuvo un golpe en el riñón del mismo lado, fractura compuesta del cuello del pie izquierdo y fractura del malar y temporal del pómulo, lesiones serias de las que con el tiempo se salvó, pero que le dejaron serias secuelas, las que saltan a la vista no más al verlo.
Entró en coma inducido 20 días, lo mantuvo vivo un respirador, despertó y no sabía dónde estaba, qué hacía en el hospital, no reconocía a la gente, le causó curiosidad que Patricia Flórez, su esposa, a quien le tocó dejar en manos de su familia a Juan Mauricio, su hijo de nueve meses, porque su esposo la necesitaba con urgencia en Europa, estuviera al lado de la cama.
Fue llevado al hospital de Pamplona (España), allí mejoró y el 20 de diciembre de ese año, Mauricio y Patricia regresaron al país con las ganas de reencontrarse con su hijo y celebrar la Navidad y el Año Nuevo. Junior, como le dicen, no los reconoció y le costó tiempo decirles mamá y papá. Cuando pasó el accidente, Soler tenía 28 años.
Cuatro años antes, en la edición del 2007 del Tour de Francia, el hijo de María del Carmen Hernández y Manuel Antonio Soler dio el salto del anonimato a la fama.
El día ‘D’
Hacía parte del equipo Barloworld, del mánager italiano Claudio Corti, una escuadra que buscaba protagonismo. De contextura delgada, de 1,84 metros de estatura, el boyacense llegó al Tour con la meta de mostrarse, de trabajarle a su líder, el también boyacense Félix Cárdenas, pero este no respondió.
Todas las mañanas Corti reunía a sus corredores, analizaban el trazado y planificaban la estrategia. Al término de los primeros ocho días de competencia un dolor en el pie izquierdo azotó a Mauricio.
El médico lo examinó y concluyó que tenía una tendinitis que no lo dejaba dar el golpe de pedal. Le cambiaron las zapatillas varias veces, pero la molestia seguía.
El 17 de julio la jornada del Tour era clave, se asomaba la gran montaña con la etapa entre Val-d’Isère y Briançon, de 159 kilómetros, con tres altos, dos de fuera de categoría y uno de primera.
Entre el Telegraph, de 13 kilómetros de subida, y el Galibier, ubicado en el kilómetro 122 del día, se debía definir la etapa, era el sitio ideal para lanzar un fuerte ataque.
La planilla de Corti decía que en el Telegraph Soler lo intentaría, pero el colombiano no sabía si iba a responder, no había superado del todo la tendinitis. Aceleró, se paró en pedales y partió del grupo.
Poco a poco devoró kilómetros, se acercó al primer grupo que iba escapado y lo pasó de largo. Coronó el Telegraph, sorteó el corto descenso, una pequeña travesía y abordó el Galibier, un premio de montaña mítico del Tour, el segundo ascenso que más veces se ha cruzado en la prueba (60 ocasiones), después del Tourmalet.
Es una subida de 18 kilómetros, la cima está a 2.642 metros de altura, con rampas máximas de dificultad del 6,9 por ciento y con historia colombiana, pues lo habían ganado Francisco Rodríguez (1984), Luis Herrera (1986) y Santiago Botero (2002).
Es tan complicada su bajada que en el Tour de 1935 el español Francisco Cepeda sufrió una fuerte caída que le produjo la muerte y así el vizcaíno se convirtió en el primer ciclista fallecido en la historia del Tour.
Soler cogió bien las curvas, poco se paró en la bicicleta, no movía la cabeza, impuso un paso seguro, un ritmo endemoniado y les llegó a Yaroslav Popovich, Mikel Astarloza e Iván Gutiérrez, quienes iban en punta.
No se quedó mucho tiempo ahí, no tuvieron chance de acordar con el boyacense una alianza para sacarle más tiempo al lote del líder Michael Rasmussen, del español Alberto Contador y del australiano Cadel Evans, porque el colombiano los soltó metros más adelante.
Faltaban 9 kilómetros para el final y Juan Mauricio estaba solo, detrás de él venía el carro del Barloworld, en el que el técnico adjunto, Valerio Tebaldi, le daba indicaciones. El italiano no dejaba de apoyarlo, le iba informando la diferencia que llevaba.
A Soler le bastaron 9 kilómetros para sacarles 2 minutos 05 segundos de distancia a los que fueron por un momento sus compañeros de fuga y un minuto más al lote de Rasmussen, eso le dio confianza para afrontar el descenso, su dolor de cabeza, el terreno en el que no era experto.
La meta estaba a 37 kilómetros, 35 de una complicada bajada, de curvas cerradas, y los dos últimos en una corta subida. Descendió tranquilo, pero cuando tomó los metros finales sintió calambres, sus músculos no respondieron, el cansancio estaba acumulado y el dolor volvió, pero no tenía tiempo de ponerle cuidado, la obligación era pedalear hasta el final, derrotar no solo a los sobrevivientes del Tour, sino a la mala salud.
El lote venía cerca, la mejor prueba de que la bajada era la asignatura pendiente de Soler se confirmó cuando en la meta la diferencia con el grupo de los líderes fue solo de 38 segundos.
Ese día, el Tour tuvo un ilustre visitante. El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, quien iba en el carro del director de la carrera, fue testigo directo de lo que pasó, vivió y hasta le hizo barra para que Mauricio ganara la jornada. En el podio, el primer mandatario le estrechó la mano y le dijo que lo felicitaba.
“Le di las gracias, pero no más, el idioma fue una gran barrera”, señaló el corredor colombiano.
Habló con su familia, fue el protagonista de muchas entrevistas y entró a la habitación, descansó un poco y bajó al comedor.
Corti lo esperaba con el teléfono en la mano. “Mauricio, Mauricio, rápido, pase, es el presidente de Colombia, Álvaro Uribe”, le dijo el DT. Corti recuerda que Mauricio dialogó por 30 minutos, pero la fiesta terminó y había que pedalear, pues otra meta estaba en el horizonte: la montaña. Soler era segundo, a pocos puntos de Rasmussen, y de ahí en adelante la idea era pelear la camiseta de los puntos rojos, la que ya habían ganado Herrera y Botero.
En la jornada con final en el alto del Aubisque, Soler se escapó, ganó los premios de montaña, se apoderó del liderato de la modalidad desplazando a Rasmussen, quien en las primeras horas del día siguiente vivió el peor momento de su vida.
El susto
Corti y sus muchachos se aprestaban a desayunar; de un momento a otro, el lobby del hotel se vio invadido de periodistas, todas las miradas apuntaban al equipo Rabobank, el del líder, que tomó la decisión de retirarlo del Tour porque mintió en la localización de sus entrenamientos, dijo que estaba en México con su novia, pero la realidad era que estaba en Italia.
Burló cuatro controles del dopaje sorpresa, dos de la Federación de su país y otros dos de la Unión Ciclista Internacional (UCI), motivo por el cual fue declarado positivo.
El Tour se escandalizó, Soler y sus compañeros abandonaron el hotel y se fueron a la salida, en un momento difícil para la credibilidad de la carrera, del ciclismo.
El Tour continuó y el colombiano llegó a los Campos Elíseos con la camiseta de líder de la montaña, subió al podio y reclamó la de campeón, posó para las fotos con el español Alberto Contador, quien obtuvo su primer título.
La bicicleta que usó en ese Tour tiene un lugar especial en la casa de los Soler Flórez, en Ramiriquí, y la camiseta de lunares rojos de mejor escalador está enmarcada y adorna una de las paredes. Juan Mauricio hijo las contempla y ya sabe lo que esos dos ‘trofeos’ significan en la vida de su papá.
Hoy, Mauricio se levanta, hace ejercicio, está obligado a hacerlo o se le puede repetir la trombosis venosa; camina los 3 kilómetros del recorrido ida y vuelta de su casa en el pueblo a una pequeña finca que tiene a las afueras, donde hay un gimnasio, y cuando está bien de fuerzas se queda un rato, hace una rutina y regresa. Cuando no camina monta en la bicicleta, hace hora y media, pero no a la velocidad que bajó aquella vez del Galibier.
Se ducha, se viste y sale. Ve televisión, lee, pero esta vez sí termina los libros que comienza, lo hace porque pasa muchas horas despierto, debido a que libra una pelea con el insomnio. Ve ciclismo y cada vez que termina la etapa recorre dos cuadras, llega al parque y analiza lo que pasó con sus amigos.
Se para al frente del monumento hecho en su homenaje, de material reciclable, un ciclista parado en pedales, en su máximo esfuerzo, acción que repitió muchas veces y que hacia el Galibier lo consagró, una imagen que lo transporta a ese día que él quisiera recordar minuto a minuto, pero que lastimosamente no puede.
El libro
Colombia en el Tour es una serie de 16 crónicas de las hazañas de los ciclistas colombianos en la prueba francesa. Protagonistas como Egan Bernal, Nairo Quintana, Luis Herrera, Fabio Parra y demás revelan secretos de sus gestas.