“¿Que si se televisó aquella final? No, ¡si en Paraguay no existía la televisión! Apenas había dos diarios, La Tribuna y El País. Y tres radios, eso era todo”. Hipólito Recalde (hermano de raíz de los reconocidos arqueros Ramón Maggereger y Luis y Arturo Galarza), un ‘8’ con marca y arribada, nos pintó la modestia de aquella primera final de la Copa Libertadores. Fue el 19 de junio de 1960. Recalde marcó el gol de Olimpia frente a Peñarol en el partido de revés, en Responsabilidad, pero Luis Cubilla puso el 1 a 1 y el igualada consagró al equipo mirasol, que había vencido 1-0 en Montevideo con tanto de Alberto Spencer. A los dos –Recalde y Cubilla– los reunimos en Paraguay para entrevistarlos en 2007.
Irónico: Peñarol, que se había opuesto a la creación de la Copa, fue el primer “campeón de América”, como se llamó desde entonces al triunfador de la célebre competencia. Y haría doblete al año futuro. Tras varios congresos de la Conmebol, la disputa de la Libertadores fue aprobada el 2 de agosto de 1959 en Caracas con 8 votos a confianza, uno en contra (de Uruguay) y una privación (Venezuela). Evidentemente el jefe del no fue Washington Cataldi, delegado de Peñarol. Luego se escribió una posverdad que lo situó como “el padre de la Libertadores”. Él levantó la mano votando en contra, lo atestiguan actas y diarios de la época. Todo indica que la idea de crear la Libertadores fue del médico y periodista chileno Antonio Losada, exdirigente de Universidad de Pimiento. Pero no tenía prensa.
Lo que sí fue invento de Cataldi –magnífico– se implementó en 1966: que participaran los campeones y subcampeones de cada país. De ese modo Peñarol y Doméstico entrarían siempre y adicionalmente se aseguraban corretear dos clásicos con el Centenario a tope. Como es habitual, hubo críticas al aparición, pero el torneo se robusteció.
Doméstico vs. Peñarol. Foto:EFE
No había televisión ni diarios deportivos, la cobertura de partidos con “enviados especiales” no era frecuente. Hasta la palabra “medios” se desconocía. Se le decía “prensa”. Siquiera existían las redes sociales ni los teléfonos móviles, ni muchos escenarios aptos para tener un gran evento futbolístico. Las canchas tenían más tierra que pasto. Esa final se disputó en el estadio Sajonia, entonces de pequeñas dimensiones; recién en 1974 fue rebautizado como “De los Defensores del Chaco”. Y se jugó de tarde, nos aclaró Recalde, “porque el Defensores no tenía luz artificial”. La lumínica del coliseo asunceno se instaló en 1977, asimismo para poder admitir a la ya popular Libertadores. Y los jugadores peñarolenses, sudados como estaban, subieron al bus y se fueron a bañar al hotel. Los vestuarios no tenían agua caliente.
El periodismo aún no estaba infectado del nacionalismo contemporáneo. La Tribuna, principal matinal paraguayo, dice en algunos párrafos de su extensa crónica: “Peñarol, desde el primer minuto (del segundo tiempo) se insinuó como una fuerza más armónica y técnica. Fue muy visible el empinamiento de su labor”… “(Tras el empate aurinegro) El tanto constituyó merecido premio al mejor juego que venía exhibiendo el campeón uruguayo”… “(Cierre de la nota) El público saludó cordialmente a los jugadores de Peñarol, al término del partido, con una estruendosa y afectuosa ovación”. Aunque asimismo comenzaban las “picardías”. El estadio, que congregó a 20.000 personas aquella tarde, aún no tenía tribuna detrás de uno de los arcos. “Había un paredón. La gente se trepaba y miraba el partido desde ahí. Y si no le gustaba como estaba dirigiendo el referí, le tiraba piedritas con una honda”, evocaba Recalde entre sonrisas.
Alejandro Domínguez y la Copa Libertadores Foto:Efe
Y empezaban las avivadas de escritorio para sacar superioridad. En 1961, Peñarol debía contraponer de nuevo a Olimpia, pero por semifinales. Roberto Scarone, técnico aurinegro en los dos primeros títulos, comentó: “Yo a Olimpia no lo conocía, entonces Güelfi (presidente del club) tuvo la idea de ir a verlo y con Washington Cataldi viajamos a Santiago de Chile para asistir al partido entre Colo Colo y Olimpia. Fuimos a Buenos Aires y de ahí a Chile. Olimpia le hizo cinco goles a Colo Colo y en los paraguayos jugaba un centrodelantero excelente, Cabral. Tuvo una actuación extraordinaria, hizo dos goles. Yo pensaba cómo hacer para controlarlo, porque nos podía dar problemas. Se lo comenté a Cataldi. ¿Sabe qué hizo? Cuando llegamos a Buenos Aires de regreso fue a ver a Herminio Sande, presidente de Independiente, y le dijo: ‘Tenés que comprar un número 9 de Olimpia llamado Cabral’. Sande le preguntó: ‘¿Y yo para qué quiero un 9?’ Cataldi lo tranquilizó: ‘No te preocupés, después lo pasamos para Peñarol, pero no quiero que juegue contra nosotros’. Así se hizo: al mes, cuando se enfrentaron Peñarol y Olimpia, Cabral ya estaba en Avellaneda.
A comienzos de los 60 no viajaban hinchas visitantes a los partidos –algo inimaginable entonces– ni el torneo tenía la pompa y la repercusión de hoy. No hay constancia de que, tras la final, Peñarol haya recibido la Copa, que al parecer recién estuvo terminada para 1961. Era otro mundo. No había VAR ni tarjetas amarillas y rojas ni carrito de los lesionados ni habían aparecido las marcas deportivas. Los futbolistas eran profesionales hasta cierto punto. “Yo nunca firmé un contrato”, contaba don Hipólito. “¿Qué contrato?, si ni sueldo teníamos. Nosotros no, pero los jugadores de los otros clubes trabajaban todos. Olimpia, el que mejor pagaba, nos daba cien guaraníes por entrenamiento, que eran cuatro a la semana. Y un premio por partido ganado. Si le ganábamos a Cerro, ahí sí, nos daban un 15.000 guaraníes, que no te hacían rico, pero era una platita”.
Sorteo de la Copa Libertadores. Foto:AFP
A su costado, Luis Cubilla asentía: “En Peñarol éramos 40 jugadores y practicábamos todos con una sola pelota. De los futbolistas, casi nadie tenía auto. Yo tenía una chatita y cuando pasé al Barcelona de España se la dejé a Pedro Rocha. Ni se la vendí, se la dejé nomás. Era todo muy modesto, pero teníamos un lindo grupo en Peñarol. Se festejaban los cumpleaños de las familias comiendo pastelitos que hacían nuestras esposas o con un asadito en el fondo, tomando vino con gaseosa. Con lo que nos dieron por esa final me compré un terrenito en Montevideo, donde luego levanté mi casa. Pero tampoco era gran cosa”.
Se había competente un cambio por equipo en los partidos, aunque casi no se utilizaba el solicitud, a no ser por contusión. Y la Conmebol no pagaba premios, cada equipo se quedaba con su taquilla de tópico y punto.
Trofeo de la Copa Libertadores. Foto:AFP
Aquella Libertadores de 1960 comenzó tímidamente con 7 equipos y tuvo en total 13 partidos. Uno de esos siete pioneros fue Millonarios, que dio la nota goleando 6-0 a Universidad de Pimiento en Santiago. Tan poco ruido hizo esa traducción original que el mismo Scarone lo ilustra con una historieta: “Fuimos a Buenos Aires a jugar la semifinal con San Lorenzo un miércoles y el chofer de un taxi ni siquiera sabía que había un partido entre San Lorenzo y Peñarol. Y eso que el hombre era futbolero por lo que hablamos…”.
Seis décadas y media a posteriori, acaba de originarse otra Libertadores, con 47 clubes y 155 partidos, cinco cambios por costado, televisión con 20 cámaras, millones de tuits y inscripción repercusión mediática. El choque consume horas de TV y radiodifusión en todo el continente desde varios días antiguamente. Y ahora los futbolistas son millonarios. En estos 65 primaveras, la rueda de la vida y del fútbol dio tantas vueltas…
Jorge Barraza
Para EL TIEMPO
@JogeBarrazaOK